Por qué me interesa
Las historias de amor de México son una buena manera de conocer un lado poco convencional de nuestra cultura.
Además de contar con grandes paisajes y cultura, México ha despertado pasiones. Aquí han nacido y terminado historias de amor que nos permiten comprender la complejidad de los vínculos y los encuentros humanos. Desde el intenso desamor de Frida y Diego, hasta el suicidio de Antonieta, este es un pequeño homenaje a los relatos amorosos más icónicos de nuestro país.
Y es que en este lugar del mundo, todo es susceptible de convertirse en una historia de amor. Dos volcanes con formas humanas, los balcones de un callejón y un músico talentoso y escuálido, en busca de musas con pómulos pronunciados que se despiertan recuerdos lejanos en algún paraíso perdido en Acapulco.
Los encuentros y los desencuentros en México son también un pretexto para contar leyendas, para dejar lecciones a los niños, para demostrar que sólo los valientes pueden cruzar los caminos que parecen imposibles. Son también, aunque sea triste, un compendio de corazones rotos que han sobrevivido a pesar de las adversidades.
Jaime Sabines para hacerle poemas a los que aman o amaron
Cuando hablamos de historias de amor, que empiezan o terminan, existen pocos escritores que puedan darle verbos a esa maraña interminable de sentimientos que se apoderan de nuestra voluntad. Y aunque muchos lo han intentado, solo unos pocos han logrado convertir el amor en arte, o entender que el amor es un arte.
En México no hay nadie mejor para esto, que Jaime Sabines. Nacido en Tuxcla Gutiérrez, Chiapas, este poeta tenía una habilidad espacial de usar el amor como si fuera una palabra en una poesía. Una palabra para darle refugio a los que aman, los que amaron, los que amarán.
En es sentido, no se puede profundizar en las historias de amor de este país, sin leer una y otra vez, los versos de Los Amorosos, ese poema publicado en 1950 que explica ese lazo invisible que existe entre México y sus amantes.
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
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Las mejores historias de amor y desamor en México…
Dicho lo anterior, aquí les dejamos algunas historias inmortales tan simples como complejas. Todas empiezan con dos desconocidos y terminan con dos personas que se transformaron para bien y para mal.
Frida y Diego
Aunque nos han enseñado que el amor es idílico, de tanto en tanto puede ser turbulento, tal es el caso de esta pareja que se conoció en 1922, cuando Frida tenía quince años y Diego treinta y seis. Aunque tardaron casi seis años en encontrarse de nuevo, en 1929 se casaron.
Ella lo llamaba “Elefante” y él mi “paloma”. Si bien se complementaban en ideas políticas y visiones estéticas, las infidelidades de Diego (incluso con Cristina, la hermana de Frida), los separaron una y otra vez. Se divorciaron, se volvieron a casar y hasta decidieron construir un puente entre sus casas, para simbolizar su amor con independencia.
Popo e Iztla
Popocatépetl era un guerrero tlaxcalteca que se enamoró perdidamente de la hija de un emperador. En un inicio mantenían una relación secreta, pero antes de irse a una batalla el joven pidió la mano de la princesa, se la concedieron con la condición que se casaron tras la guerra.
Sin embargo, un soldado llamado Tezozómoc, celoso de la suerte y valentía de Popoca, se adelantó en el camino y le mintió a todos diciendo que “su amigo” había muerto en combate. La también llamada, Dama Blanca murió de tristeza y a su regreso, el guerrero llevó su cuerpo a lo más alto de una montaña, ahí se hincó frente a ella, con una antorcha encendida.
Jorge Negrete y María Félix
Cuando hablamos de la época de oro del cine mexicano, es difícil pasar por alto este vínculo. Se conocieron durante el rodaje de El peñón de las almasy la chispa se encendió desde el primer momento. Los dos ya eran estrellas consagradas, y eran famosos por su temperamento.
Tuvieron una relación intermitente que en 1952 se convirtió en matrimonio mediático, algunos la llamaron “la boda del siglo”. Su unión estuvo marcada por las peleas escandalosas, en las que incluso se lanzaban cosas el uno al otro. El amor terminó un año después cuando el actor murió de hepatitis.
Antonieta Rivas Mercado y José Vasconcelos
Antonieta era algo más que la hija de uno de los arquitectos más prominentes de México. Era una intelectual, feminista e idealista de la posrevolución mexicana. Conoció en 1928 a José Vasconcelos y casi inmediatamente se enamoró de su inteligencia, él era un político y filósofo que representaba los valores del nuevo México.
Su vínculo inició clandestinamente, en medio de una campaña presidencial. Antonieta lo sacrificó todo, desde sus joyas hasta la relación con su hijo. Sin embargo, él regresó con su esposa y se distanció, Rivas Mercado se deprimió tanto que en 1931 se suicidio en Notre Dame, llevaba en su bolsa un crucifijo de José.
Octavio Paz y Elena Garro
Cuentan los biógrafos, del único Premio Nobel de Literatura de nuestro país, que en su juventud perseguía por Mixcoac a una escritora talentosa de voz profunda, que había conocido en Valencia. Se llamaba Elena y aunque al inicio no estaba enamorada de Paz, en el tiempo se enamoró.
Se casaron en 1938 y su relación estuvo marcada por la competencia creativa. A ella no le gustaba que la conocieran como la esposa de… y a él no le atraía su independencia. Su divorcio fue muy público y marcado por el machismo, hay quienes sostienen que ella no brilló, como se merece, porque Paz trató de borrar cualquier rastro no sólo de su obra, sino de su gran influencia que tuvo Garro en sus propias obras.