El reinicio de actividades del gobierno en Estados Unidos no representa en lo absoluto una solución a sus conflictos. Obama teme por la imagen que los modelos político y económico del país proyectaron durante el cierre.

Después de 16 días de cierre de gobierno en Estados Unidos, republicanos y demócratas alcanzaron un acuerdo para restablecer las actividades, elevando el tope de deuda del país y postergando la discusión. ¿Cómo afectaron estos críticos días al más poderoso de los países neoliberales? Barack Obama definió así el balance:

“Esta crisis ha envalentonado a nuestros enemigos, estimulado a nuestros competidores y deprimido a nuestros amigos”.

Lacónico, contundente y acertado. En efecto, el cierre gubernamental de dos semana sólo puso de manifiesto la inestabilidad de la legislatura estadounidense y su ineficiencia en la toma de decisiones. A su vez, le recordó al mundo entero la deuda del país, la cual se acerca hoy a los 17 billones de dólares (50 mil dólares por ciudadano); y por si fuera poco, puso de manifiesto el espíritu liberal-conservador (dupla que en Estados Unidos no es una contradicción, sino la esencia misma del partido Republicano) que caracteriza a los principios individualistas y de libre mercado estadounidense, que se escandalizó terriblemente tras la propuesta tímida pero histórica de los demócratas para favorecer a los más indefensos frente a un voraz y privatizado sistema de salud.

La pugna entre la izquierda, preocupada por las políticas públicas, y la derecha, que busca un control en gastos de estado para reducir la deuda del gobierno y  mantener la credibilidad ante las instituciones bancarias internacionales (que hasta hace poco daban la imagen de ser simples extensiones del gobierno estadounidense) no tuvo ningún triunfador. La deuda ha aumentado, su techo fue apenas reprogramado al 7 de febrero y nada se solucionó. A su vez, la legislación de izquierda en torno al sistema de salud, aprobada hace tres años, ha quedado intacta en lo legal, pero amenazada en lo táctico a futuro, dejando a los obreros de bajos recursos apenas un poco menos amenazados que antes.

Tanto la administración de Obama, acusada de debilidad y manifiesta vulnerabilidad frente al poder legislativo; como el propio congreso, considerado imprudente (por decir lo menos) al haber llevado a tal extremo público esta discusión, han quedado aplastado frente a la opinión internacional. Un abrumado Obama declaró:

“Hay que dejar de estar pendientes de lo que dicen y opinan los lobistas, los blogueros, los tertulianos…”

La reapertura del gobierno no significa en lo absoluto la solución del conflicto. El presidente recordó que quedan pendientes discusiones tan escabrosas como la reforma migratoria y la búsqueda de una pronta y urgente estrategia que promueva el empleo mejor pagado.

En el vecino país, izquierda y derecha significan simplemente alas distintas de un liberalismo al que, hasta hace poco, tan sólo le quedaba su imagen y ahora ni eso. Resulta impresionante el nivel de disfunción que puede provocar una discusión en torno a simples restricciones legales que pretenden imponerse a aseguradoras privadas en un país consumido por la deuda y en el que la salud sigue siendo un producto de consumo.

Dios bendiga  Norteamérica y a su sistema económico.

Vía: El País, El Universal

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